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Plantas

18 / Noviembre / 2015


Con motivo de mi exposición Plantas dolientes (1982), alguien escribió que una pobre planta

en un rincón era una de esas desgracias diminutas que a nadie importan. Con más gravedad,

también se señaló entonces que las dolientes representaban un nuevo episodio del viejo

enfrentamiento entre naturaleza y cultura. Pienso que la misma idea podría hacerse extensiva

a la serie Plantas para una pared (1986). Bastantes años después, la continuación del trabajo

en las imágenes de Vida secreta (1987-2015) acaso puso de relieve que esa dicotomía puede

presentar rostros más amables. Hoy me gusta imaginar una suerte de reconciliación de

opuestos, y prefiero soñar que tal vez mañana la naturaleza y la cultura puedan amarse. Con

la edad uno se hace más tierno.

El hombre quiere siempre ejercer su control sobre la naturaleza. El ejercicio de su poder

sobre lo vegetal va desde la alteración en función de sus intereses al puro preciosismo de su

cultivo, de la veneración al dios de los árboles a la demonización del bosque, de la

desertización a la aplicación de las leyes de su geometría humana. Como seres vivos que

son, las plantas ocupan un espacio mayor que su mero espacio físico. El hecho de la vida (y

de la muerte), que compartimos con ellas, establece un ámbito común y crea lazos afectivos

que haríamos bien en no ignorar. Ese debiera ser también uno de los principios

fundamentales para una ecología respetuosa, al margen de la constatación de nuestra

dependencia de la vida vegetal.

En el contexto artístico de un creciente deseo de originalidad conceptual, siempre he creído

más en lo que escribió José Martí, y que invierte los términos: “Cuando las cosas son buenas,

son nuevas”. Quizás por eso, dentro de la extensa tradición que sitúa las plantas como tema

fotográfico, quiero citar solo un par de nombres clásicos, no tanto por sus imágenes como por

una actitud que aprecio. El de Josef Sudek, con las fotografías en el alféizar de su ventana, y

el de Paul Strand, en su pequeño jardín de Orgeval. Hay un mundo íntimo, cercano, hecho de

contemplación y de tiempo. Las plantas, más allá de la estética, como presencia inadvertida,

cercana y silenciosa, un poco humana.

Al igual que esas plantas, la foto-grafía necesita luz para existir. Como todos nosotros, al fin.

¿Alguien dijo que no es un gran tema?

Esta exposición constituye un breve recorrido por las tres series que, con el tema de las

plantas, he realizado a lo largo de los años: Plantas dolientes (1981-1983), Plantas para una

pared (1984-1987) y Vida secreta” (1990-2006). Se trata de series siempre abiertas, por lo

que las fechas indicadas solo tienen un carácter indicativo sobre el período de mayor

actividad en ellas.