Con motivo de mi exposición Plantas dolientes (1982), alguien escribió que una pobre planta
en un rincón era una de esas desgracias diminutas que a nadie importan. Con más gravedad,
también se señaló entonces que las dolientes representaban un nuevo episodio del viejo
enfrentamiento entre naturaleza y cultura. Pienso que la misma idea podría hacerse extensiva
a la serie Plantas para una pared (1986). Bastantes años después, la continuación del trabajo
en las imágenes de Vida secreta (1987-2015) acaso puso de relieve que esa dicotomía puede
presentar rostros más amables. Hoy me gusta imaginar una suerte de reconciliación de
opuestos, y prefiero soñar que tal vez mañana la naturaleza y la cultura puedan amarse. Con
la edad uno se hace más tierno.
El hombre quiere siempre ejercer su control sobre la naturaleza. El ejercicio de su poder
sobre lo vegetal va desde la alteración en función de sus intereses al puro preciosismo de su
cultivo, de la veneración al dios de los árboles a la demonización del bosque, de la
desertización a la aplicación de las leyes de su geometría humana. Como seres vivos que
son, las plantas ocupan un espacio mayor que su mero espacio físico. El hecho de la vida (y
de la muerte), que compartimos con ellas, establece un ámbito común y crea lazos afectivos
que haríamos bien en no ignorar. Ese debiera ser también uno de los principios
fundamentales para una ecología respetuosa, al margen de la constatación de nuestra
dependencia de la vida vegetal.
En el contexto artístico de un creciente deseo de originalidad conceptual, siempre he creído
más en lo que escribió José Martí, y que invierte los términos: “Cuando las cosas son buenas,
son nuevas”. Quizás por eso, dentro de la extensa tradición que sitúa las plantas como tema
fotográfico, quiero citar solo un par de nombres clásicos, no tanto por sus imágenes como por
una actitud que aprecio. El de Josef Sudek, con las fotografías en el alféizar de su ventana, y
el de Paul Strand, en su pequeño jardín de Orgeval. Hay un mundo íntimo, cercano, hecho de
contemplación y de tiempo. Las plantas, más allá de la estética, como presencia inadvertida,
cercana y silenciosa, un poco humana.
Al igual que esas plantas, la foto-grafía necesita luz para existir. Como todos nosotros, al fin.
¿Alguien dijo que no es un gran tema?
Esta exposición constituye un breve recorrido por las tres series que, con el tema de las
plantas, he realizado a lo largo de los años: Plantas dolientes (1981-1983), Plantas para una
pared (1984-1987) y Vida secreta” (1990-2006). Se trata de series siempre abiertas, por lo
que las fechas indicadas solo tienen un carácter indicativo sobre el período de mayor
actividad en ellas.